Translate

martes, 17 de abril de 2012

Los sueños y el color en Marc Chagall

Eduardo Beltrán y García de Leániz  /  Madrid

Una de las exposiciones estrella de esta temporada la podemos contemplar en Madrid, es la dedicada al pintor  bielorruso Marc Chagall. La retrospectiva incluye una doble exposición, dividida en dos partes. La primera parte la podemos ver en el museo Thyssen-Bornemisza, que corresponde a la obra realizada durante la primera mitad de su vida y su primer periodo en París. La segunda se encuentra en la Fundación Caja Madrid, y corresponde al periodo americano y su evolución artística posterior.

En esta ocasión me centraré en la exposición de la Fundación Caja Madrid, titulada "El gran juego del color". La larga e intensa vida de Chagall, vivió 98 años, le permitió conocer de primera mano muchos de los acontecimientos del agitado siglo XX, que indudablemente influyeron en su obra. La Revolución Rusa de 1917, la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial supusieron cambios drásticos y constantes de domicilio para este pintor ruso judío.

Al observar la obra de Chagall, me llamó la atención la constante aparición, en gran parte de sus cuadros, de personajes fetiches, como son el gallo, la vaca, la cabra y las parejas de enamorados, ya sea como personajes centrales o secundarios. Asimismo, los instrumentos musicales, sobre todo violines, son parte importante de su obra, como los temas bíblicos. Es un pintor de sueños, con una imaginación desbordante, que recrea un mundo imaginario y al mismo tiempo realista, donde sus mágicos personajes son los protagonistas absolutos, ocupando el centro de todos sus trabajos, lo que atrae la mirada expectante del observador. Otra de sus características más relevantes es la fuerza de un color desenfrenado en todas sus composiciones, un color que a veces puede resultar agresivo, pero que nunca te deja indiferente. De ahí, la originalidad de la obra de Chagall, que se aparta de todas las escuelas del momento.

Entrando a la exposición, mi mirada se vuelve, como dirigida, hacia un panel central donde se expone La guerra (1964-1966), pintura donde se puede apreciar los desastres que causa una guerra, y lo que la hace especial, desde mi punto de vista, es el colorido tenue y matizado de blancos, grises y azules con un toque de colores rojizos y amarillos para dramatizar la escena.

Con todo, su obra es un canto al amor, iluminado por una mezcla brillante de colores que inundan toda su pintura. Como el mismo pintor diría "...el color del amor". Los amantes es un tema recurrente en él. Destacaría "Los amantes en el poste" (1951?), una pintura onírica con mucha fuerza y gran simbolismo.
Me detuve también especialmente en otras dos pinturas, "La danza" (1950-1952) y "El circo azul" (1950-1952), que creo resumen muy bien la trayectoria seguida por este artista.

Chagall, ya desde niño en su pueblo natal, sintió una profunda atracción por el mundo de los animales y las gentes del circo. Y esto queda bien reflejado en toda su obra. 

Una mención especial merece la serie dedicada al mundo del circo, muy bien representado en esta exposición con un numeroso conjunto de obras dedicadas a cantar las excelencias de la gente circense, especialmente los payasos, los equilibristas y los animales, donde el autor despliega todo una batería de vibrantes colores para expresar el mundo fantástico y mágico del circo. Señalaría "Amazona blanca con payaso" (1965) y "El circo rojo" (1956-1960).

No quisiera terminar sin mencionar las dos excelentes series de litografías para libros, dedicadas a los cuentos de "Las mil y una noches" y "Dafnis y Cloe", donde los tonos azulados, verdosos y anaranjados son una auténtica delicia.

En definitiva, una excelente exposición de visita obligada, para dejar volar nuestra imaginación y que nuestros sentidos se empapen de cromáticas ilusiones. 





El paso del tiempo
Óleo sobre lienzo
1986


miércoles, 11 de abril de 2012

Las campanas de San Miguel

Eduardo Beltrán y García de Leániz  /  Almazán


Domingo de Pascua del 2012
(Grabado con el móvil)


Escuchar el tañido de las campanas a cualquier hora del día era, hasta no hace muchos años, algo habitual en los pueblos y villas de estas tierras de España. Era un sonido cotidiano, familiar, que emanaba de las torres y campanarios de nuestras iglesias, y que a lo largo de su historia ha tenido varias connotaciones, siendo la religiosa su principal misión, invitándonos a un recogimiento espiritual. Pero, también ha tenido una implicación civil o profana, como era el caso de alarma ante cualquier peligro (invasión, fuego,...), aparte de señalarnos las horas del día.

Las campanas han sido a lo largo de los siglos un auténtico sistema de comunicación.

El campanario y la campana siempre han tenido un contenido simbólico. Desde las aberturas en lo alto de las torres vierten sus sones hacia los cuatro puntos cardinales, haciéndonos partícipes de sus diferentes estados de ánimo.

Lo cierto es que el sonido constante de las campanas se ha convertido en una reminiscencia del pasado en muchas partes de nuestro país, convirtiéndose en meros testigos estéticos de una plaza o una calle, silenciada su estruendosa melodía de percusión musical que nos hacia sentir vivos y soñar con momentos celestiales.

Es por este motivo que me llamó poderosamente la atención que el pasado domingo, Domingo de Pascua, escuchara el repiqueteo incesante de las campanas de la iglesia de San Miguel en Almazán. Tenían un motivo, la Procesión del Encuentro (recuperada después de muchos años sin celebrarse), que tiene su principal acto en la Plaza Mayor, al encontrarse la imagen de Cristo Resucitado con la de la Virgen de las Albricias.

Fue un auténtico placer escuchar de nuevo ese mágico sonido olvidado durante la mayor parte del año, que nos traslada a esos lejanos días de la infancia, que la memoria y el tiempo tratan de desdibujar.



Iglesia de Santa María. Almazán
Óleo sobre lienzo adherido a tabla
2011