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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Velázquez y Murillo juntos en Sevilla


Eduardo Beltrán García de Leaniz / Madrid

Viajar a Sevilla siempre se convierte en un auténtico placer, y más teniendo como aliciente añadido la visita a la exposición "Velázquez.Murillo.Sevilla" en el Hospital de los Venerables.

Cuando supe de esta exposición, me llamó mucho la atención la idea de unir obras de Velázquez y Murillo en una misma muestra, pues a mi juicio son dos tipos de pintura bastante distintos, tanto en la técnica como en la ejecución, como asimismo en la temática elegida. Tanto sus obras como sus trayectorias profesionales fueron muy diferentes. Por eso, sentí tanta curiosidad en ir a visitarla.

Desde el primer momento percibí que las 19 obras expuestas trataban de estructurar las posibles semejanzas que pudieran tener ambos pintores sevillanos en determinados momentos de su producción pictórica, sobre todo al inicio de sus respectivas carreras, consagradas en el incomparable marco histórico y artístico de la Sevilla del siglo XVII, que en ese momento era la ciudad más rica y cosmopolita del Imperio. Y también la posible influencia que Velázquez pudiera haber ejercido en el joven Murillo.

Si bien Velázquez pintó temas religiosos y de género con un estilo naturalista en esa primera etapa de juventud, una vez trasladado a Madrid y convertirse en pintor del rey  Felipe IV, dejó de pintarlos. En cambio Murillo, afincado toda su vida en Sevilla, dedicará la mayor parte de sus pinturas a temas devotos, y a algunos cuadros de género.

Decir que me impactó profundamente el San Pedro penitente de los Venerables, de Murillo, expoliado como tantas obras de arte por las tropas napoleónicas en 1810, y de vuelta en España en 2014 comprado por Abengoa, que lo cedió a su Fundación Focus en Sevilla.

El prestigio de Sevilla se ve acrecentado con la obra de estos dos genios de la pintura universal en una exposición magnífica.



jueves, 17 de noviembre de 2016

Clara Peeters, una exposición exquisita

Eduardo Beltrán García de Leaniz / Madrid

No suelo ser una persona que me entusiasmen mucho los bodegones, es un tipo de género que no suele despertar en mi grandes pasiones, pero descubrir la frescura y exquisitez de las naturalezas muertas pintadas por Clara Peeters me ha emocionado especialmente. Sus cuadros son representaciones realistas y naturales con un elegante contraste de fondos oscuros y objetos brillantes, luminosos.

Es la primera vez que el Museo del Prado organiza una exposición sobre una mujer, que a principios del siglo XVII se dedica a la pintura, algo insólito en un mundo donde la costumbre, la ley y los prejuicios sociales no favorecían la integración de las mujeres en cualquier ámbito profesional, sometidas como estaban a estrictas normas de conducta.

Toda la información que se dispone sobre Clara Peeters procede de sus cuadros. Y nunca mejor dicho, pues en varios de ellos la pintora deja su autorretrato reflejado en diferentes objetos, como si quisiera hacerse ver, dejar constancia con discreción de su condición de mujer pintora, y al mismo tiempo afirmar su deseo de ser vista.

En este sentido llama poderosamente la atención que en uno de sus cuadros hay una copa dorada con hasta siete autorretratos reflejados en ella, en los que se distingue a la pintora sosteniendo una paleta y unos pinceles. Sencillamente maravilloso.

Sus bodegones son un tributo a la cultura material y gastronómica de su época, inspirados en los banquetes y comidas ceremoniales de las ricas y poderosas élites flamencas, y al mismo tiempo al coleccionismo de objetos exóticos y extremadamente refinados, muy en boga en aquél tiempo. Y decir también que Clara Peeters es la autora del primer bodegón con pescado que se conoce en la historia de la pintura.

Es un tipo de pintura para pararse a observarla detenidamente, dedicarle tiempo, mirar los preciosos objetos representados y recrearse en su contemplación y en su delicada ejecución. En fin, una exposición de ineludible visita.





domingo, 6 de noviembre de 2016

Inmerso en la niebla

Eduardo Beltrán García de Leaniz / Madrid

Tres planos van componiendo esta nueva obra, en la que la niebla ocupará un lugar de honor. Niebla, niebla, siempre niebla a mi alrededor... Un bosque nebuloso va surgiendo de mis pinceles, queriendo plasmar más que nunca el momento actual, en el que la luz se difumina en aras de un desdibujado horizonte que parece no tiene fin.

Emociones encontradas, momentos perdidos, tiempo acabado. Todo tiene cabida en el tumultuoso camino de la vida. Los bosques, los árboles, siempre han formado parte de mi pintura, desde mis más tempranos inicios, árboles desnudos cargados de simbolismo levantándose sobre imposibles horizontes ocres matizados de una luz crepuscular, viejos troncos doblados por el tiempo y poblados de grisáceas telas de araña, pomposos árboles cargados de una verde explosión típica de los inicios del verano, otoñales siluetas recortando el cerúleo y  helado cielo castellano,... todos son mudos testigos de una vida.

Por eso quiero que en esta nueva pintura la niebla sea protagonista absoluta, aunque esté en el plano final, poblado de siluetas sinuosas que simplemente han pasado sin dejar huella, y dejando en un primer plano a los verdaderos protagonistas encubiertos.

Ardo en deseos de verla acabada, aunque la técnica, la dedicación y la perfección con la que pinto mis obras requieren de un tiempo y una paciencia que ya no tengo. Ya veremos.